El estudio más aclamado de Japón está en un momento de transición, en cierta forma. A pesar de contar con magníficos directores es innegable que la figura de Hayao Miyazaki forjó un hito dentro de los pasillos del fastuoso Ghibli, y casi cada nuevo proyecto ha estado amparado bajo la aprobación del Director que en 2003 consiguió un Oscar con El Viaje de Chihiro.
Ese acontecimiento en específico podría haber marcado un antes y un después en el Estudio, mas es difícil dividir la historia del mismo en dos partes, ya que siempre ha estado en un punto en el que pensamos que ha alcanzado el cenit de su compendio con cada entrega que nos brinda.
El estudio que fundó Takahata y Miyazaki en 1985 ha gozado siempre del aprecio de los fans y la crítica internacional que ciertamente no dependía de un estatuilla, está llegó como un proponente en occidente que ponía de manifiesto el potencial ya conocido de hasta entonces casi 20 años en la industria de la animación.

Chihiro más bien vino a despertar el interés de los críticos americanos sobre el cine japonés de animación, sin embargo no es una determinante para suponer que a partir de ese momento haya surgido alguna evolución dentro del género en Japón, y si bien es cierto los “gringos” comunes y silvestres no estaban acostumbrados a tal calidad cinematográfica proveniente de otro país que no fuera el propio, también resulta fehaciente que antes de Chihiro, Ghibli ya contaba con una calidad de producción innegable, más que todo gracias al trabajo a veces sobrehumano de Hayao Miyazaki, el rostro que a través de los años ha sido el más expuesto del estudio, y sobre el que la opinión pública ha estado más pendiente, hasta el punto de achacarle la responsabilidad de obras que no son de su autoría.
Aunque Miyazaki tenga un estilo propio en su lírica y trato de sus personajes, el patrón de Ghibli se rige por cánones ya establecidos por sus fundadores, una semblanza de la vieja escuela que para estos fue Toei Doga y la Nippon Animation.
La verdadera evolución de Ghibli pudiera estar forjándose en estos precisos momentos, y pues el devenir de una leyenda siempre ha sido motivo de especulación, es un ejercicio a veces involuntario, en éste caso de los seguidores de obras magistrales como El Castillo en el Cielo, Mi Vecino Totoro, La Princesa Mononoke y la propia Chihiro, todas ellas del autor que nos ocupa; entonces, la pregunta que se cierne en la mente de varias generaciones testigos de tal despliegue artístico a través de tres décadas se basa en la preocupación si el estudio dará un retroceso, se estancará o dará un giro de 180 grados.
Por supuesto Miyazaki nunca hubiera permitido que tal cosa como la incertidumbre apoderándose del público influenciara su empresa. Esa suspicacia de relevo no es para nada nueva, los rumores de un retiro para finales de los 90 se venían escuchando desde finalizada la Princesa Mononoke (1997), era casi un hecho que Miyazaki estaba preparando su jubilación después de casi 4 décadas en la industria, y evidentemente dejando en las manos de Yoshifumi Kondo el legado de la dirección de grandes obras. Kondo, reconocido más que todo por ser un diseñador de personajes, incursiona en la dirección con Susurros del Corazón, que aunque esté muy lejos de aproximarse al onirismo de Miyazaki, demuestra cierta afinidad en la ejecución de los protagonistas, una característica que muy pocos han podido lograr.

Esto ha dejado claro en reiteradas ocasiones que el estilo de quien ya no estará en el estudio por decisión propia pudiera quizás nunca ser superado, siquiera imitado, y es que a veces el éxito emotivo de una película no depende de grandes presupuestos , sino de una trayectoria complementada con la propia existencia, su cadencia como ser humano y el tiempo que alguna vez le tocó vivir; lamentablemente Kondo falleció y Miyazaki tuvo que regresar.
Retomar las riendas de un gigante conlleva una decisión de consecuencias ambiguas; por un lado está la posible interpretación de desconfianza por parte Miyazaki del resto del personal, y por otro la alegría de no ver consumado aquel primer anuncio de “abandono”, aclaro que esto pudieran haber sido probables sentimientos encontrados. Entrar a descubrir cuál fue esa primera impresión en aquella vuelta del maestro, actualmente resultaría poco interesante, pero plasma una intención que hasta hace poco cumplió más de una década de estar vigente como una posibilidad que podía reventar en cualquier momento, y de pronto llegó ese día de manera definitiva, el sonado retiro después de cuatro anuncios en diferentes años y seguido de cada película.
A este retiro le anteceden algunas situaciones bastante importantes en la historia del estudio, una en lo particular que pudo incluso haber deteriorado la relación entre padre e hijo.
La incursión de Goro Miyazaki erróneamente suponía para muchos fans la continuación de un legado, sin embargo el joven Miyazaki pudiera haberse encaminado por la misma senda de su padre a través de una presión que al tiempo se convirtió en un compromiso serio. La idea de Toshio Suzuki, presidente del estudio en 2005, en cuanto a la contemplación de Goro para unos storyboards y posteriormente la dirección de la próxima película de Ghibli, marcó su nuevo rumbo; la entrega en cuestión era Gedo Senki (Cuentos de Terramar).

Aún siendo arquitecto paisajista, Goro aceptó el reto, pero esto representó un desacuerdo entre presidente y fundador, no obstante el neófito director aceptó la propuesta, en cuya producción no se dirigió palabra alguna con su padre, fue una encomienda difícil y para nada gratificante al ver ya el trabajo final, que si bien es cierto lo que se nos vende visualmente ocupa el mayor mérito del filme, la continuidad y proceso de desarrollo de los personajes carecen de consistencia y resolución. Ese comienzo con el pie izquierdo no pesaría tanto como su apellido, y lo subsecuente con la más cálida acogida de su siguiente película, La Colina de las Amapolas, describe una reivindicación que iría de la mano con una madurez conseguida tras haber aprendido de los errores, aunque fortalecida en esta ocasión con la ayuda de su padre en el guion.
Miyazaki, ya siendo un veterano en la industria, deja tras su paso una real universidad de excelentes artistas, una familia de diseñadores, guionistas, productores y directores; el mítico tándem con Takahata fue poco a poco convirtiéndose en un referente para abrir paso a nuevos talentos con sus propias ideas; testimonio de esto y consecuente a Kondo, es Hiromasa Yonebashi, director de Arriety y el Mundo de los Diminutos, a quien la crítica considera el posible sucesor de Miyazaki. Con Yonebashi acontece casi lo mismo en relación a lo que Miyazaki vaticinaba con Kondo; y así Arriety aparece dos años después de Ponyo, la que supuestamente sería la última película de Miyazaki.
Yonebashi ha demostrado todo lírica en su dirección, esa semblanza que lleva al espectador en la corriente entrañable de los mejores filmes del estudio a través de su historia, y una música impecable que va abriendo paso a emociones de nostalgia y añoranza por lugares que aunque pertenezcan a la imaginación o sean lugares reales llevados a la animación llegan a calar profundo en el corazón, arrebatando esa satisfacción por haber visto un verdadero espectáculo visual.

De aquí en adelante la suerte ya está echada, y aunque se presuma de un posible flaqueo en Ghibli con el retiro de Hayao Miyazaki, no podemos asumir que el estudio haya quedado huérfano de talento, y si bien es cierto el director septuagenario pudiera ser uno de esos milagros que ocurren una vez cada 100 años, se presenta muchas veces que en ausencia de un modelo, se crean nuevos patrones y se consolida una visión a través de nuevas figuras.
Hayao Miyazaki anunció su retiro el 6 de septiembre tras presentar su último filme en Venecia, Kaze Tachinu. Su lenguaje cinematográfico es único, y el tratar de emular todo su potencial pudiera no caer en gracia en muchos de los fans acérrimos del director debido a las posibles poco objetivas comparaciones, o más bien ¿alguien podría o se atrevería a hacerlo?; es una cuestión que se pierde entre el respeto por patentar un estilo exclusivo en la persona de Miyazaki y la complacencia de todo un equipo que no quiere perder ese baluarte en esta transición de la que todos estamos pendientes.
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